VIAJÓ POR UN TRÁMITE: VARADA EN GUYANA JUNTO A OTROS 200

POR GLENDA CARIDAD BOZA IBARRA
ILUSTRACIÓN FEDERICO MERCANTE

Yiset dejó la Habana cuando el coronavirus parecía un problema exclusivo de China y Europa. Hoy está varada en Georgetown junto a otros 200 cubanos y no sabe cuándo podrá regresar. “Mi mayor miedo es que se enfermen mis hijos o me enferme yo y ya nunca más los vuelva a ver”, dice.

Yiset Lorenzo salió desde La Habana a Georgetown el martes 10 de marzo. Era la primera vez que volaba fuera de la isla. Ese día Cuba no reportaba todavía ningún caso de COVID19, Guyana tampoco. El nuevo coronavirus parecía un problema exclusivo de Europa y China. Han pasado 16 días y Yiset todavía no sabe cuándo podrá volver.

Hizo el viaje para hacerle un favor a una amiga. Le había pedido que acompañara a su madre a una entrevista en la Embajada de Estados Unidos en Guyana, que es a donde deben ir los cubanos para tramitar la visa.

—Ella es una persona mayor y no debe viajar sola. Sus hijos en Estados Unidos corrieron con los gastos de las dos —explica Yiset.

Una semana después el gobierno guyanés anunció el cierre de sus fronteras para evitar la transmisión del coronavirus. Las aerolíneas cancelaron los vuelos. Yiset y otros 700 cubanos que habían viajado por temas comerciales y trámites migratorios hacia EEUU quedaron varados.

Tras varias gestiones en conjunto entre la embajada cubana, el gobierno guyanés y las aerolíneas, las empresas Aruba Airlines y Caribean Airlines obtuvieron permisos para recoger a sus pasajeros en el aeropuerto de Georgetown y regresarlos a La Habana.

—Supe tarde de la posibilidad de cambiar mi vuelo que tenía fecha para el 24 de marzo —cuenta—. Llegamos al aeropuerto y el avión de Caribbean se había ido. Quedaba un vuelo de Aruba, pero había que comprar el billete en cerca de 400 dólares.

Yiset no viaja con dinero propio. La señora a la que acompaña maneja el presupuesto. Ni ella ni sus hijos aprobaron la propuesta de Yiset de pagar un nuevo pasaje para ambas y regresar antes de la fecha prevista. Debían esperar.

Entre el sábado 21 y el martes 24 fueron tres veces al aeropuerto.

—Pedíamos un taxi, salíamos con todas las maletas y al poco rato hacíamos el viaje de regreso al hostal.

El aeropuerto estaba cerrado. Afuera, grupos de cubanos esperaban la llegada de algún avión.

—El 24 creí que sería el viaje definitivo al aeropuerto.

Yiset y la madre de su amiga llevaban cinco horas esperando cuando a través de un grupo de WhatsApp la ejecutiva de ventas de Caribean Airlines anunció la cancelación del vuelo. Tras el anuncio Yiset no se atrevió a marcharse. Pensó en sus hijos, en las ganas de abrazarlos, de cuidarlos en estos días de epidemia y se quedó sentada a esperar un milagro.

Se culpó mil veces por brindarse a ayudar, por no tener dinero suficiente para costear un pasaje de vuelta y haber perdido el fin de semana la última oportunidad de regreso a Cuba. El dicho popular “la luz de adelante es la que alumbra”, le martilló una y otra vez los pensamientos.

Se cansaron de esperar y regresaron al hostal.

—Supimos que Trinidad y Tobago no había permitido que despegaran los aviones. Nos prometieron continuar gestionando los permisos, pero no hemos escuchado más noticias.

Cuba anunció el lunes 23 que una paciente procedente de Guyana había llegado contagiada dos días antes.

—Lo que sucede conviene —pensó Yiset.

Esa idea la consoló: ella podría haber viajado en el mismo vuelo.

Vía WhatsApp se comunica con su familia en Cuba, les orienta y anima en mensajes de texto o de voz. En La Habana, su familia paga los altos precios de Internet en Cuba para no perder la comunicación con ella. El marido se encarga de todo: el trabajo, la compra de alimentos y productos básicos, el cuidado de los hijos.

—Le he dicho que nos los deje ni asomarse a la puerta: el mayor es enfermizo y la pequeña no tiene noción del peligro de esta enfermedad —dice.

Mientras, los gastos en comida y renta de ella y la señora que acompaña ya igualaron el precio de los dos pasajes que no quisieron pagar.

—En unos días se duplicarán. Nos han dicho que podremos volar el día 31, pero algo me dice que estaré aquí mucho más tiempo.

La preocupación a contagiarse no es su principal desasosiego. Pasa sus días pensando el regreso a Cuba.

—Paso todo el tiempo en la casa de renta, ninguno de los cubanos sale a la calle. Todos ya cumplimos lo que vinimos a hacer aquí —dice.

Otros, con menos recursos, han encontrado consuelo en la Embajada de Cuba en Georgetown que organiza comida y gestiona hostales más baratos para su estancia. Los diplomáticos están al tanto de todos, aunque ya poco o nada puedan hacer para regresarlos a su casa. Suman casi 200 los cubanos varados en Guyana.

Según anunció el gobierno guyanés la restricción de vuelos debe terminar el 31 de marzo. Yiset hace las cuentas: hace más de dos semanas que no ve a sus hijos. Algo en su interior le dice que, como mínimo, estará otros 15 días en sin poder viajar. Nunca antes había estado tanto tiempo separada de su familia.

—Mi mayor miedo es que se enfermen ellos, o me enferme yo, y ya nunca más los vuelva a ver.