Delia, poeta cañera y libertadora
Por Alexandra León
Fotografía: archivo familiar, Edzon León (portada)
Retrato de Delia Aguas, la mujer que consiguió que los afrodescendientes del Ecuador pudieran negociar sus cosechas de azúcar con los grandes ingenios y así superar un pasado de esclavitud.
María Delia Enriqueta Aguas Congo tenía 40 años, once hijos vivos -Olga, Carlos, Salomon, Marcelo, Rosa, Jova, Gualberto, Atahualpa, Benito, Corona, Alicia- y uno fallecido, y una parcela de 4 hectáreas cuando enviudó. Su esposo, Crisóstomo Bernardo, había peleado en la “Guerra del ‘41” contra el ejército peruano y volvió para casarse con ella cuando apenas tenía 16 años. En esas tardes de amor compartidas, después de haber estado en el frente de batalla, recordaría ella, su esposo le hablaba de revoluciones en marcha, de la importancia de la tierra.
Desde su niñez en Santa Ana, La Concepción, Delia se había visto atraída por la dinámica del funcionamiento del comercio y el mercado. Muchas veces, ya casada, en una pausa de sus tareas domésticas, acompañaba a Crisóstomo a la huerta o a reuniones con los intermediarios del Ingenio, que estaban interesados en la producción de sus tierras.
El cultivo de la caña de azúcar era en Ecuador una de las actividades más rentables desde la época esclavista. El boom por sus productos derivados hizo proliferar en todo el país industrias dedicadas a la molienda y el procesamiento de la caña. En Imbabura, una provincia de la sierra norte de Ecuador, la primera se instaló en 1908. El clima cálido y seco y su geografía le dieron la fama de ser una zona de producción de la mejor caña.
Actualmente, en el Valle del Chota, alrededor de un 80% de sus pobladores produce en sus parcelas estas siembras, pero no alcanza para dinamizar una economía regional azotada por años de abandono estatal: aquí viven los descendientes de aquellos esclavos. Según datos del INEC (Instituto Nacional de Estadísticas y censos), del total de 7,2% de población afrodescendiente en Ecuador, el 4,1% están asentados en las 39 comunidades que comprenden las provincias del Norte del país, Carchi e Imbabura. Es una de las regiones con las tasas más altas de empobrecimiento y empobrecimiento extremo.
Cuando se quedó sola, Delia se puso una pañoleta en su cabeza, se llevó a Carlos y Marcelo para que la ayudaran, sus dos hijos ya adolescentes que conocían las labores agrícolas, tomó la pala y empezó a trabajar los terrenos que su esposo le había heredado. Delia María Enriqueta Aguas Congo no sabía casi nada de los negocios que realizaba su difunto esposo. Entonces, de a poco, empezó a tratar directamente con empresarios, capataces y zafreros para vender mejor su producción y poder alimentar así a sus once pequeños.
-Yo soy heredero de las tierras de mi madre -dice Marcelo Bernardo Aguas-. Ella no sólo nos enseñó el valor de la tierra, sin ella no seríamos nada.
Pero en el Ecuador de los años ‘70, con una taza de empobrecimiento extremo y el racismo muy pronunciado, las mujeres no podían ser quienes negociaran directamente con los representantes del ingenio azucarero. Por eso Delia, que sabía que el camino para la libertad consistía en pelear, trabajar y venerar el suelo, empezó valiéndose de otros compañeros o comuneros para conocer el negocio.
El Ingenio Azucarero del Norte, que absorbía toda la producción de la zona, existía desde 1964. Delia se preguntaba por qué, dependiendo en parte de sus cultivos y siendo una industria de producción importante, las garantías de acceso al trabajo, los servicios básicos y calidad de vida de los afroecuatorianos y afroecuatorianas no habían cambiado mucho de las prácticas inequitativas que habían padecido sus ancestros. No quería repetir la violencia que había visto sobre su madre, empleada, tantas veces maltratada. En 1973 reunió a cincuenta mujeres y a una veintena de hombres y les propuso crear una asociación para luchar para que se respetara el derecho a la tierra y por la posibilidad de que, como productores, tuvieran acciones dentro del Ingenio Azucarero del Norte.
La Asociación de Cañicultores del Valle del Chota les permitió a muchas mujeres y algunos hombres del Territorio Ancestral empezar a negociar de frente y en la misma mesa con el Estado y con los empresarios. Delia, que tenía una inteligencia innata y mucha astucia, pudo organizar sesiones, indagar cuánto se pagaba por la parcela o zafra y negociar para evitar el abuso de los dueños de los medios de producción. Con el apoyo de sus compañeras y compañeros lograron que las mujeres y hombres de la asociación se sumaran como accionistas de la empresa mixta y que las utilidades que se generaran llegaran también a sus manos.
-Si pudiera definirla en una palabra a doña Delia, le diría que fue una guerrera. Sin ella y sus ganas, nuestra situación sería peor. La Asociación se fortaleció y exigimos reuniones con los del Ingenio para que se haga lo justo. Si no fuera por nosotros, el azúcar podría desaparecer -asegura el cañicultor Bacilio Mina Carabali.
Hoy son doscientas mujeres y unos cien hombres quienes conforman el cuerpo jurídico de representación y negociación de la Asociación de Cañicultoras del Chota, afiliados al sistema de seguro campesino. Negocian, realizan sesiones, analizan precios y sensibilizan sobre la industria agrotóxica, oponiéndose a que los químicos maltraten la tierra con tal de aumentar la productividad.
Según su página web, el Ingenio del Norte es la empresa agroindustrial más importante de Imbabura y Carchi, con proveedores y programas de cultivo de 4600 hectáreas de caña de azúcar. Sus aportes provienen del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), como accionista mayoritario, de la inversión privada, y por último, de los aportes de los propios dueños de las parcelas de caña de azúcar, a través de un seguro campesino que obtienen.
Marcelo Bernardo y otros cañicultores dicen que las negociaciones de la venta de caña no son para todos iguales: varían de acuerdo a los acuerdos gerenciales y administrativos que se les proponga. Por lo general, el pago se hace por metro cuadrado: 10 dólares cada cien metros cuadrados.
Como, aparentemente, el Ingenio obtiene un porcentaje mayor de las grandes haciendas situadas en los alrededores, plantaciones de 10.000 hectáreas, en ese caso el pago es por volumen de producción. La justificación para el pago no equitativo es precisamente esa menor rentabilidad de las pequeñas fincas, en general de cañicultores afrodescendientes. También les dicen que no hay liquidez, que al ser una empresa mixta su crecimiento o decrecimiento depende del PIB (Producto Interno Bruto) y que todo lo que les corresponde por producir y moler la caña de azúcar es apenas el 0,05% del precio de mercado.
-Mi comadre: reíamos, cantábamos los salves a nuestra madre virgencita que siempre nos acompañó -dice Rosa Ermila Pavon Congo-. Cuando murió, ya no tenía con quien ir a pelearles a esos abusivos del Ingenio.
A pesar del recuerdo, de los caminos que abrió, todavía extrañan a Delia, que murió el 2 de marzo de 2018. En sus tiempos libres, cuando se enteraba de que algún personaje relevante estaría en las zonas, Delia preparaba poemas, cantos. Dejó más que un pedazo de tierra para sus hijos como legado: las mujeres que quedan solas ya no venden su finca a precio de gallina enferma, el seguro campesino su salud ya no está en juego, las utilidades son repartidas y ninguna negociación de caña se hace a puertas cerradas. Ahora hay asambleas populares en las que todos participan.